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U n campeón en apuros, en serios apuros, tantos que el suelo puede desaparecer de debajo de sus pies esta misma noche en Maracaná si no despacha a Chile con cierta holgura considerando que un triunfo mínimo puede resultarle insuficiente. Ese es el vértigo que ciñe la situación de España después del holandazo del pasado viernes.

La Selección está en un punto sin retorno, en un partido final, otra final como la que jugó hace un año en este mismo escenario, ante Brasil, en la Copa de Confederaciones, de negativo recuerdo, por cierto, porque la canarinha sacó del campo a los españoles.

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Pero también los campeones justifican su condición en situaciones extremas como la que nos ocupa. La España que ha gobernado el fútbol mundial los últimos seis años con su fútbol preciosista no puede diluirse sin gloria, sin dignidad para clausurar su formidable ciclo de triunfos. No sería una muerte natural sino traumática y cruel con su pasado.

Chile es un rival fiable, de posibles, con jugadores cotizados en Europa -Bravo, Alexis, Vidal, Medel...- un juego asfixiante por su presión y gotas de raza y calidad arriba. Pero no es superior a España ni individual ni colectivamente.

Obligado a ganar -y golear- Del Bosque medita caer en la tentación de ir al cuerpo a cuerpo con un rival de largo recorrido. El posible ingreso de Koke o Cesc, Pedro o Javi Martínez sugiere una modificación en el ADN del fútbol alquimista que practica España para hacerlo más directo, veloz y profundo. Esa reconversión añade más riesgo al partido porque la Selección solo sabe jugar como juega a partir de sus jugadores. Mandan las urgencias por encima del peligro de los experimentos.