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Siempre me ha llamado la atención que cuando un coche se para frente a un paso de peatones la persona que espera para cruzar la calle agradece el gesto del conductor. Yo mismo lo hago de forma instintiva. Es una cortesía mutua. Sin embargo, el pisar el freno no deja de ser una obligación de quien está al volante. Y es que a menudo los que vamos motorizados nos creemos los amos del mundo. De hecho, los padres aconsejamos a nuestros hijos: mira bien, no te fíes…

Y es que el baile diario de automóviles, motos, bicicletas, camiones

y viandantes no es fácil. Todos sabemos –o deberíamos saber- las

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normas para una convivencia pacífica del tráfico que inunda nuestras calles y carreteras. Pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Uno sale por la puerta de su casa y no sabe lo que le deparará el día. Como a David e Isabel, quienes acabadas sus vacaciones en Menorca sufrieron un aparatoso accidente camino del Aeropuerto.

Este matrimonio narraba en nuestra edición de ayer cómo el azar se cruzó en su vida con el amargo rostro de un siniestro en la carretera. Ambos volvieron a nacer tras un segundo fatídico en el que otro auto invadió el carril por el que circulaban. Afortunadamente parece que la pareja, aunque con las huellas que dejan este tipo de sucesos, saldrá adelante.

Conducir cualquier tipo de vehículo llega a convertirse en una rutina a medida que los años nos dan experiencia. Incluso nos ciega la confianza de que podemos hacer mil cosas a la vez o perdenos en nuestros pensamientos mientras cubrimos el trayecto que hemos hecho mil veces. Las múltiples campañas de la DGT te impactan, pero piensas que hablan a otro. Son como las duras imágenes de las cajetillas de tabaco que las cubres o te compras una pitillera.

Testimonios como el de David e Isabel nos han de golpear la conciencia como aquel tradicional «Papá no corras». Hay demasiado en juego.