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Entre 1933 y 1940, el novelista estadounidense Francis Scott Fitzgerald mantuvo un interesante intercambio epistolar con su hija Scottie que comenzó cuando esta tenía sólo doce años y prosiguió hasta que a alcanzó los 19, edad a la que perdió a su padre que murió de un ataque al corazón en Hollywood el 21 de diciembre de 1940, a la edad de 44 años. En esta maravillosa colección de cartas en la que el autor de "El Gran Gastsby" trata de enseñar a su hija las verdades esenciales de la vida al tiempo que le cuenta sus tribulaciones diarias y de la enfermedad de su mujer Zelda, vemos que Scottie hacía poco caso a los consejos de su padre. Sin embargo, tuvo el buen sentido, como ella misma admite en el prólogo, de conservar esas misivas que son un regalo para los lectores y se leen casi como si se tratara de una novela en la que indirectamente vemos como la mala fortuna va zarandeando a su protagonista.

Tras sus éxitos iniciales y formar parte de la pareja de moda en Estados Unidos en los llamados locos años veinte, Fitzgerald estaba cargado de deudas, su mujer estaba ingresada en una clínica psiquiátrica y Scottie era una adolecente rebelde interna en un colegio. El escritor se propuso orientar a su hija en las verdades de la vida y en la conducta apropiada para una joven de su edad que debe formarse como mujer y como estudiante. Sus consejos son los que todo padre daría a su hija.atendiendo a su experiencia personal. Consciente de que la niña tiene problemas con sus trabajos escolares, le sugiere que confíe en su plan de hacerse el hábito mental de abordar las tareas difíciles en primer lugar, cuando está totalmente fresca, de modo que así avanzará largo trecho en el camino de la concentración.

Acosado por los problemas con la bebida, el mismo trató de prevenir a su hija de que cayera en el mismo error. Así le escribió: "De todos los chicos que conocí que bebían a los dieciocho y diecinueve años no hay uno que no esté a salvo en su tumba". También trató de prevenirla sobre una idea demasiado romántica del amor: "Tienes razón en que las cosas del amor ocurren realmente en cocinas cochambrosas y patios de atrás. El claro de luna está infinitamente sobrevalorado".

Pero Fitzgerald no sólo predicaba sino que también hablaba de él mismo a su hija, de sus proyectos y de sus inquietudes. Sus cartas sirven para conocer mejor como veía el mismo su propia obra. "Me había esforzado con todo mi ser para desarrollar un estilo en prosa que fuese duro y colorido", le cuenta, por ejemplo, a su hija hablando de una de sus experiencias en Hollywood que se saldaron casi todas con estrepitosos fracasos. En otra carta aconseja a su hija que quiere seguir sus pasos como escritora y le indica: "La buena prosa se basa en que los verbos carguen el peso de las frases".

Una última cita de estas cartas que, afortunadamente, no parecen escritas para una hija sino para la gente de todos los tiempos: "Cuando te hablo de mi juventud, lo que te cuento te parece irreal, porque los jóvenes no pueden creer que sus padres también lo fueron".

Cartas a mi hija

Francis Scott Fitzgerald

Editorial Alpha Decay