El docente José María Abellán. | Escola de Salut Pública

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Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y ejerciendo actualmente como Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Murcia, José María Abellán Perpiñan, es uno de los últimos ponentes que se ha pasado por la trigésimocuarta edición de la Escuela de Salud Pública.

A través de su exposición «Mejora de estilos de vida y reducción de factores de riesgo, economía del comportamiento al servicio de la salud pública», analizó las soluciones que puede ofrecernos la economía del comportamiento.

¿Qué es la economía del comportamiento?

—La economía del comportamiento o economía conductual fusiona lo que sería el análisis económico estándar con la psicología. Esta disciplina trata de explicar lo que suele explicar la economía tradicional, pero sobre unas premisas psicológicamente más realistas.

¿En qué consiste esa visión más realista?

—En economía existe un estereotipo que se llama el Homos Economicus, que es una especie de persona con una voluntad de hierro, con una racionalidad ilimitada y muy egoísta. Frente a ello, la economía del comportamiento viene a decir de una manera muy humilde que los seres humanos nos equivocamos cuando tomamos decisiones. Erramos.

¿Cómo puede aplicarse esta visión y disciplina en el ámbito de la salud pública?

—Pongamos el ejemplo de un fumador. Si fuma habitualmente puede que esté haciendo un uso legítimo de su autonomía como persona y sea plenamente consciente de que es una decisión racional asumiendo los riesgos a los que se expone. O puede que se trate de un hábito impetuoso, afianzado inconscientemente e incluso puede que quiera dejar de fumar, pero no resiste la tentación. Esta segunda situación es la que estudia la economía del comportamiento.

La lógica no siempre se impone en el ser humano…

—Por eso, la economía del comportamiento estudia todas las variables que afectan a nuestras decisiones. Muchas de ellas entran en colisión con lo que podríamos llamar nuestros intereses a largo plazo.

¿Por ejemplo?

—Uno se dice que no quiere llevar una vida sedentaria, que quiere dejar de fumar, reducir la ingesta de alcohol, realizar actividad física de manera continuada… pero luego no conseguimos llevarlas a la práctica porque somos falibles, somos humanos.

Y ahí entra la economía del comportamiento, ¿no?

—Exacto. La economía del comportamiento analiza y estudia esos errores persistentes y, por tanto, predecibles. Identifica esos sesgos cognitivos y prescribe tratamientos como si fuera un médico. Los popularmente conocidos como ‘empujoncitos’.

¿Por qué nos cuesta tanto los hábitos saludables?

—Porque lo más difícil es arrancar y encontrar disparadores o señales ambientales que de alguna forma nos contengan. Alguien que quiera dejar de beber cerveza, por ejemplo. Una primera medida es no tener cerveza en casa. Parece muy obvia, pero no por ello fácil de llevar a cabo. Debemos reducir la exposición y cambiar las señales.

Mantener los hábitos saludables tampoco resulta fácil… ¿alguna receta?

—Sí, aunque no mágica. La psicología conductual o cognitiva nos enseña algunas. Por ejemplo, el conocido ‘Contrato de Ulises’ como el de no comprar cervezas o incluso el cambiar de acera si vas a pasar por delante del supermercado 24 horas para comprar las cervezas que no tienes en casa. Son pequeños gestos que pueden ayudar a iniciar buenos hábitos.

¿Comprometerse con uno mismo?

—Y reducir la tentación. El contrato de Ulises hace referencia al momento en el que Ulises le pidió a la tripulación de su barco que lo atas en al mástil al acercarse a la zona en la que encontraban las sirenas para evitar así navegar hacia ellas y poner en riesgo sus vidas. Otra manera de comprometerse puede ser a través de las llamadas intenciones de implementación, que es tan sencillo y difícil como poner por escrito las cosas que vas a hacer para evitar los malos hábitos. Está demostrado que cuando se pone por escrito y se tiene presente, se consigue un mayor compromiso.

¿Qué papel tiene aquí el profesional de la salud pública?

—Creo que, tanto en la atención primaria como en la salud pública, que son los dos grandes colectivos que asisten a este curso en la Escuela de Salud Pública de Menorca, ya se están aplicando estos ‘empujoncitos’ de manera intuitiva. Sin embargo, formarse en economía del comportamiento o, por lo menos, conocer sus bases, permitirá sistematizar estas intervenciones y hacerlas más efectivas.

La prevención cada vez resulta más importante en salud pública, ¿la economía del comportamiento puede ser una herramienta más en este terreno?

—Sin duda. A principios de este siglo vivimos una gran efervescencia en los países occidentales con la gestión de la cronicidad. Se comenzó a hablar del invierno demográfico. Y ahora, después de la pandemia, creo que está volviendo incluso de una manera más intensa. En el caso de España va ser claramente un tema de importancia capital porque, según el estudio de carga de enfermedad, en 2040 vamos a ser el país del mundo con mayor esperanza del mundo por delante de países como Japón, Singapur o Suiza. Prevenir será fundamental y todo este tipo de actuaciones conductuales puede sumarse al arsenal terapéutico de los profesionales y ser muy beneficiosas para las personas, pero también para el sistema sanitario ya que son muy efectivas a nivel de costes. Y la atención sociosanitaria de la cronicidad va a ser una carga financiera muy importante.