Mirando al futuro. Trabajo y el bienestar de su familia, lo que Javier más valora | Gemma Andreu

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Dice Javier que «siempre hay que tener un plan B» por si las cosas se ponen feas. El suyo fue, sin el beneplácito de su familia, hacer las maletas y abandonar su Colombia natal para buscarse la vida. De eso hace ya 18 años, cuando aterrizó en Ciutadella por primera vez, y no se queja de cómo le ha ido la vida. Aquí encontró la tranquilidad que buscaba, aunque reconoce que en el fondo tiene el corazón partido, con «medio cuerpo aquí y media alma allí».

¿Cómo y por qué toma la decisión de trasladarse a vivir a Menorca?
— Lo primero de todo hay que tener en cuenta que mi bisabuelo era español, pero en la época de la Guerra Civil acabó emigrando a Colombia. Así que siempre ha habido un cierto vínculo con España, algo que desde pequeñito se encargó de recordarme siempre mi padre. Ya entonces me decían, «cuando seas grande algún día irás a la tierra de tus antepasados», a Canarias. Y la verdad es que todavía no he ido a Tenerife a conocer a nadie de mi familia, es una asignatura pendiente. He estado a punto varias veces, pero no ha podido ser, aunque ganas no me faltan.

¿Y cómo es que cuando decidió atravesar el Atlántico no se decantó por las islas afortunadas y eligió las Balears?
— Mi primera opción siempre fue Menorca, más concretamente Ciutadella. En cierto modo es una ciudad que, salvando las distancias, me recuerda a Cartagena de Indias. Yo siempre he sido muy de mar, me fascina; me gusta la tranquilidad y la paz. La verdad es que estoy muy a gusto aquí desde el momento en que aterricé, la gente se ha portado muy bien conmigo.

Su primera opción fue Ciutadella. ¿Alguna explicación?
— Tenía un amigo español que a menudo viajaba a Cartagena de Indias y siempre me hablaba de Menorca, y de una forma especial de Ciutadella. Así fue como surgió, cuando lo normal hubiera sido ir a Canarias o a una ciudad más grande.

Pero además de sus antepasados españoles, ¿qué fue lo que le hizo cambiar de país?
— Fue por una cuestión laboral. Allí era dependiente, pero cuando vas a tener una familia los números no cuadran, y mi hijo estaba a punto de nacer. Así que me casé, y me vine a Menorca. Al año siguiente, nos reunimos los tres en la Isla. También hay que tener en cuenta que Colombia hace 18 años no era un país como el de ahora. Entonces se juntaron tres factores, como la guerrilla, el narcotráfico y la delincuencia, y fue terrible. Fue como vivir en una guerra y, evidentemente, yo no me encontraba a gusto. Eran los años de Pablo Escobar, cuando el gobierno y los narcotraficantes se declararon la guerra, además de todo el conflicto con las FARC.

Una situación muy incómoda...
— Sí y, además, laboralmente había que buscarse mucho la vida. Con la inflación que existía el sueldo mínimo no te llegaba para mantener el nivel de vida. La moneda allí estaba muy devaluada. Costaba salir adelante, y la nueva situación familiar lo condicionó todo. Mi esposa estaba entonces cursando la carrera de Derecho, pero cuando se quedó embarazada tuvo que abandonar los estudios. Cuando nació mi hijo, decidí emprender mi aventura española.

¿Cómo fueron sus comienzos aquí?
— Intentar buscarse la vida fue difícil al principio. Estamos hablando de una época en que prácticamente no se alquilaban viviendas, todo el mercado era venta. Entonces, el dueño de un negocio para el que trabajaba me ofreció hospedaje en Cala en Bosc. Me abrió las puertas para todo, gracias a él fue que comencé a conocer mucha gente aquí. Me apunté a cursos de catalán para intentar adaptarme lo antes posible. Ahora lo entiendo perfectamente, aunque hablarlo ya es otra historia.

Con la perspectiva del paso del tiempo, casi dos décadas, ¿cómo ve aquella etapa?
— Fue difícil, la verdad que sí. Pero como siempre tienes en mente a tu esposa y tu hijo, que son tus pilares, sales adelante, aunque con muchos bajones de por medio. Además con mi hijo que era entonces un recién nacido. Tomar aquella decisión de partir fue muy duro.

¿Su familia le apoyó en la decisión?
— La verdad es que no lo entendieron, ni mi mujer ni mis familiares. Yo simplemente compré el billete, y ya no hubo marcha atrás. Lo que hice fue por mi familia, no veía futuro en Colombia. Pero al año ya estábamos juntos todos otra vez.

¿Y cómo se adaptaron ellos?
— A mi mujer sí que le costó más, principalmente porque venía de una familia grande y muy unida. Pero con el tiempo, gracias a los amigos, se fue adaptando, fueron un gran apoyo y al final encontró otro hogar. Hay que tener en cuenta que por aquel entonces había muy pocos inmigrantes. Le diré que cuando llegué a Ciutadella no seríamos más de dos o tres colombianos en toda la ciudad. Luego, la cosa cambió. Cuando comenzaron a llegar yo trabajé mucho por la integración, e incluso llegué a organizar fiestas interculturales y encuentros con el Ayuntamiento de Maó. Como era DJ, monté una gran fiesta latina. Fueron unos años bonitos.

Su hijo es casi menorquín...
— Sí, lleva aquí toda la vida y tiene la nacionalidad española. Pero se siente entre dos mundos. Está muy contento y practica boxeo. Su entrenador fue Esteban Adames, que fue asesinado en República Dominicana. Yo fui una de las personas que ayudó a montar la campaña para que sus hijos pudieran venir a vivir a Menorca después de la desgracia, y aquí siguen. Esteban fue una persona que movió mucho a la juventud con el deporte. Dejó su legado.

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Ayudó a recibir a mucha gente de fuera y también dijo adiós a otros tantos inmigrantes...
— Sí, la famosa crisis. Yo tuve la suerte de estar ya bastante asentado. En un momento dado, estuve a punto e irme a Canarias, pero al final aguanté. Trabajé de todo lo que pude, incluso de payés... Además de la hostelería, que es a lo que me dedico ahora, también trabajé en el sector del calzado, panadero, socorrista, la construcción... Había que hacer de todo para salir adelante.

¿Y de DJ?
— Sí, también estuve diez años poniendo música. Trabajé mucho la integración desde ese campo. La música une a las culturas, y eso es lo que más me gusta. Pinchaba, salsa, cumbia, flamenco... En Colombia ya era mi profesión principal. Para mí al música lo dice todo.

¿Los colombianos siguen emigrando?
— Todo está cambiando mucho, con el conflicto con las FARC prácticamente solucionado a lo largo de este mes y el tema del narcotráfico ya no es como hace 20 años. Es un país más estable, aunque sigue existiendo la típica inseguridad de las grandes capitales, como Bogotá o Cali o las ciudades turísticas...
Sin embargo, tiene fama de ser uno de los países más peligrosos de Latinoamérica...
— Es un mito, hace 20 años sí, ahora no. Entonces eran los años de Pablo Escobar, cuando por un policía muerto pagaba un millón de pesos... Fue una época terrible, ahora se respira un poco mejor.

¿Vuelve a menudo a su país?
— Cuando puedo, normalmente cada cinco años.

¿Qué sensación tiene cuando regresa?
— Me siento como un turista. Ha cambiado todo mucho.

¿Qué echa de menos de Colombia?
— Las frutas tropicales. Aquí son bastante caras.

¿Qué planes de futuro tiene?
— Quedarme aquí. Mi casa está aquí ahora, en Ciutadella. El día que me muera, que echen mis cenizas al mar Mediterráneo.

Venda Colombia a los menorquines....
— Tiene unos paisajes espectaculares y todos los climas en un mismo país, desde la nieve hasta el clima cálido. A pesar de la crisis, la gente allí siempre está contenta. Somos gente muy alegre. Aquí la crisis no me impactó tanto, porque crisis era la de allá. Venía de un país en el que se pasaba hambre y había mucha violencia. Allí siempre estaba viviendo en tensión. No se me olvida una vez que con 15 o 16 años estaba sentado en una terraza y justo a mi lado un sicario mató a un hombre. Son cosas que impactan.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir aquí?
— La tranquilidad, eso no lo cambio por nada.

Y lo que menos...
— No sé... El invierno.

Pues en esa estación de tranquilidad no se quejará...
— La verdad es que no. Mientras haya trabajo, creo que todo irá bien.