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A veces en la vida no queda más remedio que apostar fuerte y jugársela. A Sami, como le conocen en Menorca (Sami el saharaui), ese momento le llegó con 19 años. Se aventuró a dar el salto a Europa, y por suerte, tal y como cuenta, salió todo bien. Han pasado ya 17 años desde entonces, los nueve últimos en Menorca, y el próximo será especial: es la fecha elegida para que su mujer y su hijo abandonen el Sahara para vivir junto a él en la Isla.

Desde el Sahara hasta Menorca. Del desierto al Mediterráneo. ¿Cómo fue el viaje?
— Llegué a España en patera para buscarme la vida. En el Sahara Occidental la existencia era muy dura, no había trabajo y nuestra tierra está ocupada por Marruecos. La vida me obligó a subir a una patera y dar el salto. Llegué a Canarias, a la isla de Fuerteventura, en 1999, después de una travesía de 13 horas en aguas del Atlántico. El archipiélago está muy cerca del Sahara; el viaje en avión dura apenas 20 minutos. Allí me acogieron con mucho cariño y empecé una nueva vida. En un primer momento pasé por un centro de acogida para inmigrantes, allí comencé a mejorara el idioma y al mes siguiente ya estaba trabajando.

¿Cómo toma la decisión de abandonar su tierra y arriesgar su vida a bordo de una patera?
— Cuando tomé la decisión de subir a una patera no tenía ninguna puerta abierta, sólo la del mar, la puerta de Europa. En mi tierra tenía todas las puertas cerradas: primero porque no había trabajo, y segundo porque estás en tu tierra y te sientes como un extranjero. La única alternativa era la patera: o vives o mueres. Te la juegas, pero si no lo haces igual también estás muerto. Había que jugársela.

¿Qué recuerdos tiene de esa travesía?
— Fue un viaje muy duro. Era el mes de septiembre. Zarpamos sin saber si íbamos a llegar con vida a nuestro destino. El mar estaba muy revuelto ese día. Íbamos unas 14 personas a bordo, todos amigos del barrio. Cuando pisamos tierra firme fue un subidón, como estar libre después de pasar por la cárcel. Gracias a Dios, todos llegamos bien, acabamos consiguiendo nuestros papeles y formando una nueva vida en este país. Todo salió bien, conseguí el permiso de residencia para estar legalmente en España y pronto encontré trabajo en un restaurante como friegaplatos. Después, aprendí el oficio de camarero.

¿Qué es lo que le da el impulso para saltar de una isla a otra? ¿Qué le trae a Menorca?
— A Menorca me trae la crisis. Cuando empezó la recesión, me comentaron que en Balears todavía se trabaja muy bien. Además, mi hermano estaba aquí y me animó a venir a trabajar en verano. Después de ese primer año ya no quise salir más de la Isla. Me gustó mucho el clima y la gente, además de que cuidaban mucho el turismo. El primer año que llegué a Menorca lo pasé trabajando en un hotel, y desde 2008 estoy en el restaurante Mr. Jaume de Cala en Bosch. La verdad es que me siento como en casa, el dueño y los compañeros son como una familia para mí.

Aunque hablar del Sahara nos evoca inmediatamente el desierto, lo cierto es que el Sahara Occidental es un territorio con una franja costera importante. ¿Cómo es su país?
— El Sahara es un país muy bueno, con una gente muy acogedora y abierta, gente sencilla y sensible. Es un país muy rico en recursos pesqueros y en reservas de fosfatos. El problema es que vivimos un conflicto político desde hace muchos años. Si fuésemos una tierra pobre, nadie se interesaría por nuestro país. Todos los vecinos quieren nuestros recursos, y nosotros somos una población pequeña para poder defendernos. Sólo queremos que se solucione y poder vivir en paz.

La realidad política de su tierra no se puede obviar. Dependiente administrativamente de España hasta mediados de los 70 y en conflicto desde entonces con Marruecos, que lo considera un territorio propio, varias decenas de miles de compatriotas expatriados en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia), un conflicto armado para reclamar el derecho de autodeterminación... ¿Cómo ha vivido usted esa realidad?
— Nosotros vivimos como si estuviéramos encerrados en nuestro propio país, como si fuera una cárcel. Hay mucha represión por parte del gobierno marroquí. No nos dejan manifestarnos a favor de nuestra causa ni hablar libremente. Nos sentimos muy oprimidos, sólo hablamos con libertad cuando estamos en España. Y lo peor es que la mayoría de las familias de saharauis, como es mi caso, viven separadas desde hace más de 30 años: unos en el territorio del Sahara Occidental ocupado por Marruecos y el resto en los campamentos de refugiados de Tinduf (Argelia). La única posibilidad que tenemos de vernos es en España.

El conflicto está pendiente de la celebración de un referéndum entre el pueblo saharaui para decidir su status. Incluso hay una misión de la ONU creada al efecto en 1991. En todos estos años, sin embargo, el conflicto se ha enquistado. ¿Cree que se resolverá próximamente?
— La única solución para este conflicto es que Marruecos se vaya del Sahara Occidental y devuelva la tierra a nuestra gente. Llevamos esperando 40 años y podemos esperar otros 40, pero confiemos en que se solucione cuanto antes. La gente que lleva tantos años luchando tiene que conseguirlo algún día. A lo mejor yo no lo veo, pero lo verán mis nietos.

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En España, son muchos los que conocen el conflicto del pueblo saharaui gracias a programas como Vacaciones en Paz, que permite a niños saharauis pasar los veranos alejados del sofocante calor de los campamentos de refugiados de Tinduf. ¿Cree que los españoles son ajenos a su realidad o se sienten apoyados?
— Hay veces en que nos hemos sentido un poco abandonados, pero últimamente sentimos más el apoyo de las instituciones, sobre todo de las europeas. África no se puede unir si no se soluciona el conflicto saharaui. Y a Europa le interesa que África esté unida para parar la inmigración masiva y que no muera más gente intentado llegar al continente europeo.

¿Y cómo es la vida de los saharauis que viven en los campamentos de refugiados? ¿Qué le cuentan sus familiares?
— Están allí sufriendo, siempre pendientes de la llegada de ayuda humanitaria para poder salir adelante. La vida en los campamentos es muy dura, están en una tierra que no es la suya, no hay casas, viven en jaimas... Las mujeres y los niños son los que viven de manera continuada en los diferentes campamentos, mientras que los hombres están ocupados en las labores de defensa. Es un doble exilio para ellos, están durante seis meses sirviendo en el Ejército y los otros seis los pueden pasar con la familia.

¿Qué futuro tienen las generaciones de saharauis que se están criando allí?
— Estudios no les faltan: algunos salen a otros países, como Cuba o España, a recibir formación. Tienen buenas carreras, pero están separados de sus familias. Sin embargo, tienen más oportunidades de formación en los campamentos que en el propio Sahara Occidental, porque tienen un objetivo por el que luchar y se sienten motivados. En cambio, a nosotros en el Sahara nos obligaban, por ejemplo, a estudiar en francés, una lengua que no es la nuestra. Nuestro segundo idioma es el español, no el francés. En los campamentos estudian en español y en árabe desde niños.

Desde su posición de emigrante que ha podido labrarse un futuro en España, ¿cómo ve la situación de los refugiados que están intentado llegar a Europa y la actitud de las instituciones europeas ante este drama humanitario?
— Yo creo que los refugiados van a sufrir, van a sufrir mucho. Pero llegará un día en que se arreglará todo. Al principio lo van a pasar mal: están lejos de su tierra, dejan atrás familiares que han perdido la vida en el intento... Emigrar es muy duro, tendrán que pelear para regularizar los papeles, encontrar un trabajo, aprender el idioma para poder integrarse... Además, antes había mucho trabajo... Pero ahora no. Ahora sobra mano de obra y es más difícil encontrar un empleo. Les animo a que se mezclen con la gente y aprendan el idioma y podrán conseguir una vida mejor.

¿Qué es lo que más le gusta de vivir en Menorca?
— Me encanta la Isla porque está muy guapa (risas). Buscaba un poco de tranquilidad y aquí la encontré. Tengo trabajo y con el dinero que gano puedo vivir sin problemas.

¿Y qué opina de la gastronomía menorquina? ¿Es conocida entre los turistas que se acercan al restaurante en el que trabaja?
— La comida de aquí me encanta, sobre todo el pescado fresco cocinado al horno. Además de camarero, trabajo también como relaciones públicas del restaurante. Y, aunque es cierto que nuestro trabajo les molesta a algunos turistas, otros lo agradecen mucho. Porque la gente mira la carta de un restaurante y muchas veces no la entienden, hay que explicarles en qué consiste cada plato, hay que darles un poco más de información. No saben en qué se van a gastar el dinero.

¿Y qué nos cuenta de la gastronomía saharaui? ¿La echa de menos?
— El plato típico lo echo mucho de menos, porque no lo encuentro aquí en España: la carne de camello. Cuando vivía en Canarias intenté llevar un poco de carne de camello desde mi tierra, pero no me dejaron entrar con ella (risas) porque estaba prohibido por Sanidad.

¿Está en contacto con otros saharauis en la Isla?
— Sí, mi propio hermano, que también trabaja en la hostelería y con quien comparto la casa. Y tengo además muchos amigos saharauis que viven en Menorca. Además, como somos un pueblo pequeño, todos nos conocemos. Quedamos muchas veces para tomar el té.

-¿Dónde se ve en un futuro?
— Mi futuro está en Menorca. Tengo trabajo una buena parte del año que me permite vivir con dignidad.