Con su novia. China Osaki, la mujer que le llevó a residir en Japón

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Confiesa que era un enamorado de Japón aún antes de vivir allí y de conocer a su pareja actual. Samu Márquez sentía atracción por este país insular del lejano oriente, donde tradición y modernidad se dan la mano, pero él mismo se sorprende al echar la vista atrás. «¡Nunca pensé que tendría una novia japonesa!», comenta entre risas este ferrerienc, cuyo primer contacto con la cultura nipona fue leer manga y consumir episodios de la serie Dragon Ball.

- ¿Fue ella, su pareja, la que le llevó al otro extremo del mundo?
Así es, me trasladé allí por mi novia, China, que no es china sino japonesa, después de un año y medio de estar separados y de hacer viajes, me decidí. Nos conocimos en Menorca, ella había venido de vacaciones con una amiga mientras estaba visitando Europa, en concreto residía en Londres. Era difícil estar yendo y viniendo, son doce horas de viaje desde Europa a Osaka y tampoco es asequible, el billete más barato que podía encontrar eran 600 euros, así que di el salto.

Explíquenos eso de ser nipona y llamarse China ¿son jugarretas del lenguaje? Por cierto ¿es un idioma difícil de aprender?
— Es que allí su nombre no significa el gentilicio, porque China se denomina con la palabra Chugoku «el país del centro, de en medio», no tiene nada qué ver con el significado en castellano. En cuanto al idioma, voy a clases para aprenderlo, ya estoy en el cuarto nivel de ocho. Lo que más me cuesta es escribir los kanjis, que son símbolos que significan palabras enteras o expresiones hechas y hay más de dos mil. Por ejemplo para leer el periódico necesitas los dos mil y yo ahora sé unos 300, así que practico leyendo manga.

Suena muy complejo...
— No tanto, el japonés es un idioma muy lógico para hablarlo, lo difícil es la escritura. Por ejemplo tienen dos silabarios, el hiragana, que utilizan para palabras propias, japonesas, y el katakana, utilizado para las palabras que vienen de idiomas extranjeros.

Ahora trabaja en la hostelería ¿cómo pasó de su formación de informático a los fogones?
— Sí, trabajo en un restaurante español, el dueño es de Barcelona pero el resto del personal es japonés, aunque hablan bien el castellano. Antes de ir a Japón estuve trabajando en Barcelona, en un restaurante vasco bastante conocido, taberna Irati, aprendí a hacer pinchos e hice curriculum. En Menorca había tenido distintos trabajos, de pintor, de cocinero en un hotel y también de lo mío, unos dos años de informático después de acabar los estudios, pero me cansé, no era para mí; sin embargo la cocina me había gustado siempre. En Barcelona también fue más fácil arreglar todos los papeles para viajar y pude ahorrar el dinero para irme.

Un salto controlado pero aún así ¿fue un gran cambio?
— Siempre había sido un sueño ir a Japón, a mi ya me gustaba su cultura, el idioma y su escritura, la historia de los samurais, sus casas y templos, la religión del shinto..., todo la verdad, aunque nunca me imaginé encontrar una chica japonesa aquí en Menorca.

¿Qué es lo primero que hizo al llegar?
— Logré un visado de estudiante y eso es lo primero que hice, ponerme a estudiar el idioma. Para encontrar trabajo, mi novia había recorrido antes de mi llegada los restaurantes españoles de la ciudad, y después me pasé yo, con el curriculum, y tuve suerte, uno de ellos me aceptó.

¿Gusta la gastronomía española en Japón?
— Sí, sí les gusta. Nosotros hacemos de todo, paellas, tapas, albóndigas, ajillos, postres como crema catalana y de vez en cuando, algo que les gusta mucho, pinchos como los que hacía en el restaurante vasco. Para ellos es algo diferente.

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¿Por qué eligió Kyoto?
— Ella estudiaba en la Universidad de Osaka y vivía en Kyoto, ambas ciudades están aproximadamente a una hora de distancia en tren, por eso nos instalamos aquí.

¿Cómo fue la primera impresión?
— La gente es muy tradicional y ceremoniosa, amable. Todo me pareció muy organizado, o robotizado, los trenes siempre llegan en hora, se ponen en filas para entrar, es silencioso porque casi no hablan en la calle o lugares públicos, son menos expresivos que nosotros, aunque cuando te conocen se abren más. Lo que les extraña a ellos es que nosotros nos abrazamos más, o damos besos al ser presentados. En Japón las parejas por ejemplo no se suelen dar besos por la calle, en ese sentido son más fríos. Por ejemplo, otra diferencia es que en una familia japonesa tradicional los hijos pequeños duermen con los padres, en la misma habitación. Descalzarse al entrar en una casa también es lo normal.

En un país con tanta población y poco suelo, se dice que la vivienda es un problema, y que es mucho más reducida ¿es así?
— Es así sobre todo para los estudiantes y la gente joven, los que aún no tienen pareja; solo una habitación, bajita normalmente, con una cocina y un cuarto de baño pequeños, bien organizado todo pero muy pequeño. Las casas tradicionales, con paneles y madera, suelen ser más grandes, pero los pisos no.

¿Cómo es la ciudad, es cómoda para la vida diaria?
— Sí, puedo ir caminando a clase y a trabajar. Vivimos en el centro de Kyoto, todo me queda cerca. Algo que me sorprendió es que hay unas tiendas, se llaman conbini, que están abiertas las 24 horas y que venden de todo: desde comida preparada, cualquier producto de supermercado y también puedes sacar dinero de cajeros y pagar facturas de luz, de móvil, también te puede llegar allí un libro que pidas en Amazon..., todo muy conveniente.

Tecnológicamente ¿qué le llama la atención?
— Yo no he estado, pero en Tokyo me han comentado que hay un restaurante en el que te sirven robots, aunque creo que no son humanoides.
(El primer hotel atendido por máquinas con apariencia humana está en el parque temático de Sasebo, en Nagasaki).
Pero realmente donde yo vivo no es todo tan futurista, no ves por la calle todo eso tan avanzado en Kyoto. Los edificios están muy preparados para soportar terremotos, eso sí, porque hay a menudo, y en los baños pues sí, hay platos de ducha que son secador y en centros comerciales, los retretes tienen efecto calor en la tapa y musiquita para que no te oiga el de al lado. Pero también, en algunas estaciones de autobuses, hay de aquellos antiguos, de los que están en el suelo, muy incómodo.

¿Cuál es el mayor atractivo turístico de Kyoto?
— Kyoto era la antigua capital de Japón, muchos turistas del mismo país cuando visitan la ciudad se visten con el kimono tradicional. Tiene más de cien templos, tanto shinto como budistas, la gente viene a verlos, también las casas típicas, la naturaleza que rodea a esos templos y, una de las cosas que atrae turistas, es el barrio de las geishas. Las puedes ver por allí caminando.

Las geishas son formadas para el entretenimiento, mujeres cultivadas pero tras ese halo de miste ¿hay prostitución? Quizás en occidente no se tiene claro...
— No, no es prostitución como se entiende en occidente. Son mujeres de compañía, no son prostitutas ni lo han sido nunca. Gente con dinero les paga por ejemplo para que realicen un baile en una comida de empresa, pero no es un servicio sexual. Se forman durante muchos años, tienen un modo de hablar diferente, formal, mucho conocimiento de historia, de instrumentos, de cómo hacer la ceremonia del té..., y no van con cualquiera ni se dejan ver, es algo selecto; en Kyoto se llaman geiko, y su servicio es más de acompañamiento y de entretenimiento. Hay otras que no son geishas auténticas que sí se dejan ver más por la calle para hacerse fotos con los turistas.

¿Cómo reciben a los extranjeros?
— La inmigración está muy controlada, trabajar legalmente es difícil, pero a la gente en general le gusta ver extranjeros, sobre todo de Europa. Por lo que yo veo hay un buen nivel de vida, mucha clase media y pocos nacimientos, por razones económicas. En las parejas trabajan los dos y muchas veces renuncian a tener hijos; también creo que les cuesta más hacer una pareja que a nosotros, chicos y chicas son mucho más tímidos, les es más difícil expresar sus sentimientos.