La Grand Place, en el mismo centro de Bruselas, prácticamente vacía y poblada de soldados y policías. | YVES HERMAN/EFE

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Una situación similar a la del estado de sitio altera la belleza del centro de Bruselas, la capital europea señalada como el foco del germen terrorista tras el atentado yihadista de París. La policía y el ejército toman las calles desde el sábado en función de la alarma 4 -máxima- que prevé un nuevo atentado terrorista, y lo seguirán haciendo hoy martes, según informó este lunes por la tarde el gobierno belga.

El centro se ha poblado de tanquetas después de la noche del domingo, en la que la policía practicó 26 registros que arrojaron 21 detenidos, sin que haya aparecido el terrorista más buscado del planeta, Salah Abdelsman, si bien uno de los detenidos sí ha sido relacionado con la matanza.

Júlia Triay Pallicer y Josep Torrent Bagur son dos jóvenes menorquines residentes en la urbe que acoge la sede administrativa de la Unión Europea. Relativamente alejados del centro, estos dos ciutadellencs asisten al momento temeroso que marca las horas en ese territorio.

Julia, diseñadora de la firma C&A, trabaja en las afueras de la ciudad y vive en el barrio de Ixelles, al sur de Bruselas, desde hace año y medio. «La ciudadanía lo vive con cierta resignación y esperando a que pase rápido, pero yo estoy más triste, sobre todo cuando ha pasado el fin de semana y no he visto gente en la calle ni he podido hacer lo habitual en mi tiempo de ocio». Julia tomó conciencia de la alarma 4 declarada el sábado «cuando salí de casa y vi en la esquina a varios soldados en la calle. Luego, estaba nadando en la piscina cuando por los altavoces nos indicaron que saliéramos y nos fuéramos porque estaban evacuando el edificio».

La situación anómala se prolongó ayer con el cierre del metro. Julia se desplazó a su trabajo en coche particular con una amiga, pero «la empresa nos ofreció la posibilidad de quedarnos y trabajar desde casa si veíamos algún problema o teníamos algún temor». Muchas de sus compañeras lo hicieron al tener que hacerse cargo de sus hijos por el cierre de escuelas, universidades, centros deportivos, lúdicos y museos.

En el trabajo, admite que «hablamos de la situación, pero una compañera israelí nos tranquiliza diciendo que este estado en su país es muy frecuente».

Para Josep Torrent, el temor a un atentado en la ciudad en la que vive desde el pasado septiembre le genera «respeto, más que miedo, y evito ir a sitios de riesgo como indican las autoridades, aunque prácticamente llevo tres días sin salir de casa haciendo caso a las recomendaciones del gobierno». Josep estudia un curso intensivo de francés en una escuela adscrita a la universidad. Vive en el barrio de Auderghem, a unos 20 minutos del centro, «y es tranquilo aunque aquí nadie lo está».

El sábado se quedó sin poder disputar su partido de fútbol porque la liga de aficionados que disputa se suspendió «y hoy no he tenido clase, todo está cerrado y no se puede circular por las calles principales».

Josep convive en un piso con dos compañeros belgas «y hablamos con ellos de un posible ataque porque por eso está activada la alarma 4, pero no estamos traumatizados por ello».