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Empecé tarde en el mundo de la danza, a los 17 años, así que siempre he ido a contrarreloj», asegura este menorquín afincado en Berlín desde hace casi veinte años. Llegó a Alemania en un año histórico, 1989, y no solo vio caer el Muro de Berlín sino que «estuve sobre él, picándolo e incluso guardo algunos trozos».
José Alberto Marqués Torrent lleva el arte en la sangre, ya que es nieto del pintor Torrent de Ciutadella (José Roberto Torrent Prats, 1904-1990) y al igual que él, primero compaginó su vocación, la danza, con un oficio; trabajó durante siete años en la imprenta Allés, al tiempo que se introducía en el ballet clásico gracias al coreógrafo y bailarín Ray Barra y al también bailarín Máximo Barra.

Hace ya 25 años que decidió instalarse en Alemania ¿por qué?
— En España en aquella época, los años 1980, no había nada que hacer, había muy pocas compañías fijas. Iba de teatro en teatro, en España principalmente completé mi formación de bailarín, y en vacaciones hacía 'trabajitos', en musicales o por ejemplo de comparsa en óperas en el Teatro de la Zarzuela, el Teatro Real entonces estaba cerrado. Y fue entonces, trabajando en la producción de musicales, cuando un coreógrafo belga me dijo «tú tienes que irte a Alemania», y así fue como, en 1989, llegué a la ópera de Bremen.

¿Cómo despertó su vocación?
— No sabía lo que era la danza, pero por casualidad o el destino, conocí este mundo porque Ray Barra y Máximo Marra vivían en Cala Morell. Cuando los contrató el Ballet Nacional Clásico abandonaron Menorca. Fue el momento en el que tomé la decisión, yo quería un cambio, así que hice las maletas y me fui a Madrid, donde me formé como bailarín profesional. Siempre he ido a contrarreloj porque empecé tarde, con 17 años, pero al ser un hombre tuve posibilidades, había menos bailarines masculinos que mujeres y estábamos más requeridos.
(Ray Barra creó el Poema Divino para el Ballet Nacional cuando en los 80 se trasladó a España. Él y Máximo Barra fueron directores del Nacional hasta la llegada de Nacho Duato y profesores de Marqués en sus inicios en Ciutadella).

Después de tantos años ¿está satisfecho de su carrera en Alemania?
— Sí, estoy muy contento de mi vida aquí. Primero trabajé en Bremen, luego en la antigua Alemania del Este, en Meiningen y Altenburg, y en 1995 llegué a Berlín. No he tenido nunca ningún problema de integración, no me cuesta nada, quizás sea así mi carácter, pero la verdad es que me adapto en días. El mundo del baile te obliga a ser abierto, a amoldarte allí a donde vas.

¿Nunca miró hacia atrás?
— Es que yo creo que sentir un poquito de añoranza es bueno, pero la gente que siempre se está añorando lo mejor que puede hacer es volver, porque si no ¿es un sufrimiento no? Yo disfruto estando aquí. Menorca es Menorca y Sant Joan es Sant Joan, pero Berlín es Berlín. Además, valoro más la Isla desde la distancia, porque voy poco, una vez al año, y este año no toca, no puedo interrumpir ahora mis estudios y mi trabajo.

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¿Ha tenido que dejar la danza?
— Bueno, es una cosa que tú decides. Me hace gracia cuando dicen que a los 30 hay que dejarlo, yo no bailaré el Cascanueces, pero se pueden hacer muchas otras cosas, según las condiciones de tu cuerpo, lo que te hayan 'exprimido' físicamente, porque los bailarines somos atletas, y el cuerpo pasa factura. Pero lo que es seguro que no perdona es dejar el entreno, yo sigo una rutina de mantenimiento de 4o 5 horas al días y seis días a la semana. Aún así, estoy en una nueva etapa en mi vida, una nueva edad, estás obligado a cambiar.

¿Y hacia dónde encamina ahora sus pasos?
— Sigo trabajando con la danza, soy pedagogo de ballet contemporáneo, moderno y neoclásico, además de profesor de otras disciplinas como el pilates, que ahora se ha puesto de moda pero es básico para el ballet, y soy personal trainer. Pero además me han concedido una beca de diez meses, del Gobierno alemán, para obtener los estudios como asistente de galerista y comisario de exposiciones. Aunque sigo bailando y siendo profesor... hay que pagar el alquiler. Pero estoy ilusionado con entrar en este mundo, distinto al de la danza, aunque también es arte, y establecerme en él, porque hasta ahora siempre que había montado una exposición lo había hecho de manera amateur.

¿Promocionando la obra de su abuelo, el pintor Torrent?
— Sí, he sido autodidacta organizando exposiciones con obras de mi abuelo, durante los últimos diez años, representando a mi familia, buscando contactos y exposiciones. Su obra ha gustado mucho en Alemania, incluso sé de gente que ha visto una exposición, sus pinturas, y ha querido conocer el paisaje original que las ha inspirado, viajando a Menorca... ¡y luego han vuelto a ver la exposición!

¿Compaginó ese trabajo con la danza?
— Sí, poquito a poco abriéndome caminos en el mundo de las galerías aquí en Alemania. Cuando falleció mi abuelo, empecé a colaborar con mis tíos y mi madre, Margarita Torrent, entre 1990 y 1995, con la puesta en marcha de la Casa Museo Pintor Torrent. Han sido diez años sacrificando tiempo libre pero ahora, todas esas experiencias me han servido para lograr esta beca y he comenzado a hacer prácticas en tres galerías de arte. Y dentro de nuestros estudios también tenemos una exposición, Gold, con trabajos de nuestra escuela. Estoy seguro de que empezaré a establecer contactos con artistas de la Isla, aparte de seguir promocionando la obra de mi abuelo.

Afirma sentirse feliz en Berlín ¿qué le ofrece esa ciudad?
— Me gusta, Berlín es arte, es libre, abierta y multicultural. Berlín enamora y engancha, no es la típica c iudad alemana, rompe muchos esquemas.

Usted llegó además en un momento especial, de cambio político, histórico, con la caída del Muro ¿cómo lo recuerda?
— No solo lo recuerdo, sino que he estado sobre el Muro, picándolo, en la Puerta de Brandeburgo, e incluso conservo algunos trozos. He trabajado en la antigua Alemania del Este y he sido testigo de la reunificación. Aunque estuve en la zona que era comunista después de la caída, en 1991, todavía se podía palpar esa transición. Sé cómo era Berlín físicamente, estuve en la inauguración del Reichstag, el Parlamento, y he visto cómo ha ido cambiando. Es algo que emociona, porque creo que he crecido con la ciudad actual, con sus edificios.