Fortuny, en una imagen tomada en Punta Prima, uno de sus lugares favoritos de la Isla. El autor confiesa que no sabe si volverá a escribir otra novela, «absorben mucho tiempo, prefiero centrarme en el día a día», confiesa.

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Contaba hace unos años José Antonio Fortuny (1972) que estaba embarcado en una novela bastante compleja: «Veremos si consigo terminarla», decía entonces. Pasado el tiempo reconoce que «fueron varios obstáculos que tuve que salvar, pero soy terco y lo conseguí». Entre ellos esa enfermedad degenerativa muscular que sufre desde hace años, pero como él siempre dice, «la escritura es una manera de resistir, de mantenerme en forma». Esta tarde (19.30 horas), tras siete años de trabajo, presenta en el Ateneu la novela: «El visitador».

Es la obra que más le ha llevado. ¿Cómo ha sido el proceso?
—La gran dificultad ha sido que, al ser una novela histórica, necesita mucha documentación. Cuando te metes, empiezas a darte cuenta que casi necesitas más tiempo para la documentación que para escribir. Eso sí, también es apasionante, porque aprendes muchas cosas. Además, aunque el género de la novela admite una libertad creativa, al estar basada en hechos reales tampoco quería desvirtuar demasiado al personaje principal, traicionar su esencia.

¿Cómo ha vivido la transición al género de novela histórica?
—Como todo lo que hago en mi vida: como un reto y con mucha pasión. Los tres libros que he escrito son muy diferentes, creo que son un poco reflejo de mis intereses vitales, que procuro que sean amplios, aunque supongo que en el fondo debe haber algún denominador común. Una de las grandes dificultades que tiene escribir una novela histórica es que, si te pasas con la documentación, corres el riesgo de ralentizar la trama, de convertir el libro en algo así como un ensayo. Y, por otro lado, también es necesaria la documentación para que el lector viva el momento histórico que quieres contar y aprenda algo de esa época. Este equilibrio entre la documentación y trama pienso que es lo más difícil de este género.

Se embarcó en un proyecto más grande de lo que había planificado inicialmente.
—Después de mi último libro, mi intención era que, si volvía a escribir una novela, hacerla más ligera, ya que me consume mucha energía. Pero es curioso cómo es la vida, que me ha llevado por unos derroteros imprevistos, y sin querer he acabado escribiendo la novela que más trabajo me ha llevado. Tengo que confesar que, inicialmente, no había pensado en escribir una novela histórica, sino una comedia, pero fueron una serie de circunstancias las que me llevaron por este camino.

¿Cómo emprendió el nuevo rumbo?
—No sé muy bien cómo, fui a parar a la figura histórica de John Howard. Lo que leí de él me enganchó, me di cuenta de que no existía demasiada bibliografía en español sobre este hombre, y mucho menos ninguna novela sobre él, y esto que ha sido un personaje bastante importante en la historia. Por eso, se me ocurrió escribir una novela en la que apareciera.

Defina a John Howard.
—Representa la lucha contra el orden establecido, contra las causas que parecen imposibles. El espíritu de este libro es un homenaje para aquellas personas que se juegan la vida por los demás, muchas veces sin esperar nada a cambio. Me refiero a investigadores, médicos, cuidadores... Este es el espíritu que refleja este libro, y es a estas personas a quien se lo quiero dedicar.

¿Una pincelada sobre la trama?
—Un día, John Howard, un noble inglés que tenía la vida resuelta, decide embarcarse en un arriesgado viaje por toda Europa. Le acompañan su sirviente y una enigmática mujer. Pretende visitar las prisiones, hospitales y lazaretos para intentar reformar los de su país. El nexo en común de estos lugares es que solían estar mal diseñados y ser insalubres, por lo que mucha gente moría en ellos. Howard se lanza a buscar referentes para cambiar esta situación, y se mete en una aventura llena de obstáculos y peligros.

En la portada aparece la puerta de El Lazareto.
—La portada es algo que he cuidado muchísimo, tenía muy claro lo que quería y no paré hasta que el ilustrador captó mi idea. Efectivamente, es el Lazareto de Maó. Es un guiño para la gente de aquí. Si alguien de Madrid lee este libro Madrid, verá un edificio, pero no mucho más. La historia que cuento transcurre en un largo viaje por toda Europa, pero al final descubrí que había una relación entre Howard y Menorca. Esto me fascinó, me impactó mucho. Es otro de estos misterios o casualidades que me han guiado en la gestación de este libro. Porque todo el proceso de escribir esta novela ha sido bastante extraño: primero, por el modo casual con el que me tropecé con este hombre, después apareció este curioso vínculo con Menorca… Creo que después de leer el libro, la gente de Menorca verá con otros ojos el lazareto de Maó, igual que lo he acabado haciendo yo.

El anuncio en redes ha logrado despertar un gran interés. ¿Son sus lectores son un poco también el motor de su trabajo?
—Yo escribo básicamente para mantener mi mente en forma, siempre lo he dicho, para mí es el mejor ejercicio que he podido encontrar. Pero está claro que si escribo una novela y nadie me lee, no valdría la pena intentar hacerlo tan en serio. Así que los lectores son una parte fundamental e indispensable de este proceso.

La escritura se disfruta, pero a veces implica un proceso doloroso. ¿Cómo vive ese proceso?
—Es cierto que es doloroso, porque siempre es una batalla contigo mismo. No cada día uno está inspirado, pero para que brote la inspiración uno tiene que trabajar cada día, y soportar los malos momentos, tanto personales como aquellos relacionados con la creatividad. Pero al final, cuando la historia sale, compensa. También hay otro factor muy personal que ha sido indispensable para poder acabar la obra: cuando iba más o menos por la mitad, llegó una noticia que llevo años esperando: por primera vez salió un tratamiento experimental para mi enfermedad. No cura, pero puede ralentizar el avance. Me sometí a este tratamiento que está funcionando bien, y me ha permitido tener más energía. Sí, además de ser escritor, soy una cobaya humana, una mezcla explosiva.

Escribe con programas de dictado de voz. ¿En tiempos de inteligencia artificial, ha progresado esa técnica en consonancia?
—En este sentido, los programas de dictado de voz no han cambiado mucho. Sigue resultando un poco extraño hablar con un micrófono y que las palabras se transformen en texto, sin estar en completo silencio. Pero uno se acostumbra, y celebro que la tecnología me permita poder comunicarme. Aunque mi voz no es mi fuerte, todavía puedo hablar bien. Debe ser terrible comunicarse para aquellos que no pueden hablar.