El problema que hoy quiero plantear es el problema de la falta de cambio generacional en el sector vitivinícola de Mallorca y, muy especialmente en el sector vitícola. Cada vez hay menos payeses que siembren viñedo y cada vez hay más que arrancan el viñedo existente. Los viñedos, de nueva plantación o de reestructuración, son sembrados por las bodegas que intentan así garantizarse el suministro de materia prima, así vemos la aparición de grandes extensiones de viñedo que no son habituales a una isla abonada al minifundismo y a un campesinado que sabía que no era inteligente poner todos los huevos en el mismo cesto y diversificaba los cultivos. En el año 2022 se han superado las 2.000 hectáreas de viñedo, casi duplicando la superficie declarada hace solo diez años, aunque sin embargo no sucede lo mismo con la producción de kilogramos de uva declarados, de los 7.506 toneladas de uva recogidas el año 2012, en 2022 se han recogido 10.113 toneladas, lo cual puede explicarse por dos factores fundamentales, por una parte la existencia de plantaciones nuevas que aún no producen, y, sobre todo por el cambio climático. Vemos cómo la producción de los viñedos está lejos de aquellas producciones que teníamos hace solo 10 o 12 años. Como he descrito anteriormente las altas temperaturas, las noches tropicales y la escasez de agua se notan mucho en la producción. Al mismo tiempo, comprobamos que no es lo mismo un viñedo cuidado por su propietario que explotado por una bodega que debe recurrir a la contratación de personal externo, unos trabajadores muy poco cualificados y escasos ante la enorme demanda y necesidad que otros sectores más bien pagados tienen. La vieja estructura del pagès que tenía unas pocas quarterades de viña, bien cuidadas y que conocía perfectamente las singularidades de cada esquina de su explotación y los ritmos de crecimiento, ha desaparecido, los hijos no han continuado en el campo y, como mucho, algunos viñedos se han alquilado a las bodegas que las mantienen cómo pueden, bodegas muchas de ellas en manos de gente de fuera que desconoce las tradiciones y singularidades de nuestro campo, donde hemos pasado de pequeños propietarios a asalariados de inversores europeos, algunos de ellos más preocupados por el valor patrimonial y urbanístico de su inversión que en la elaboración de vino.l