La mundialista de Ciutadella se atrevió a jugar de nuevo durante la inauguración del Pool Garage.

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Ambiente hostil, torneo en el que casi todo eran hombres mayores que ella y además, española. Contra todo pronóstico, la billarista, Begoña Cortès (Ciutadella, 44 años), el 1996 dio la campanada en Las Vegas, en EEUU, y se proclamó flamante campeona en el Mundial de Bola 8 absoluto. Lo que tenía que ser un viaje de placer y para vivir el sueño de competir con los mejores se acabaría convirtiendo en la gran sorpresa, un triunfo inimaginable;ni para Cortès, ni para los más poderosos y favoritos, que vieron como una joven –y mujer– les birlaba su propio Mundial.

«Recuerdo que era la más joven, con 17 años, y me enfrenté a hombres de 50, ante 4.000 billaristas y edades unificadas», explica a «Es Diari» Cortès, todavía incrédula por lo conseguido, tras tantos años. «Empecé el Mundial y fui ganando día a día pero sin ningún reto, más que el de disfrutar», recuerda la billarista del club Las Vegas de Ciutadella que regentaba su padre, «culpable de que me iniciase en este deporte, los veranos, a base de horas y horas con mi padre».

Cortès, que para llegar a Las Vegas tuvo que ganar en Menorca y en el Campeonato de España 1996 mixto –formando pareja con Nito Serra–, admite que fue al Mundial, «tan solo a vivir la experiencia, pensando que quizás no iría más a USA. Y me salió todo redondo», exclama, mientras busca explicaciones a su gesta. «Ir sin presión alguna me ayudó mucho porque luego volví y no quedé mal pero fue diferente», dice, siendo este un punto de inflexión. «Había sido mi afición y ser campeona del mundo, sin quererlo, me exigía; competir no iba conmigo. Pasó a ser una obligación», lamenta Cortès, quien nunca se planteó llegar a ser profesional, «no quería competitividad, pese a tener ofertas de EEUU para fichar pero no me atreví. Me vi una niña, pese al apoyo de mis padres». Ganar el Mundial, abunda, «no era lo esperado. No fue una ‘putada’ pero no lo buscaba. Estar ahí me bastaba, aprender. Y tenía que estudiar, poner horas y buscar la perfección, lo que me cansó y pesó».

Casi 28 años después, Cortès recuerda aún el calor recibido en Ciutadella. «Me dieron un ‘Fabiol de Plata’ o el premio de El Iris. Como mujer, el 1996, sentí la diferencia de hombre y mujer, fuera de la Isla. Siempre, a día de hoy, hay más varones que féminas, en Menorca mismo» asiente Cortès, que luego aún jugaría un Europeo –siendo novena en Luxemburgo–, y «lo disfruté mucho aún, sabía más a donde iba y no todo es ganar», asevera, hasta ir dejando el billar a este nivel. «Poco a poco me desligué de tanta presión, además de ir formando una familia. Y soy feliz, no necesito más».

Trabas para cobrar y el título

El hecho de ser menor de edad el 1996 le llevó algún ‘problemilla’ a Cortès, en el momento de cobrar el cheque de campeona. «Debía ser un millón de pesetas, mucho dinero en la época. Y lo tuvo que cobrar mi padre. Tampoco me querían dar el trofeo por ser menor y acabamos en un juicio incluso. Creo que les dio rabia y luego supe que a medida que iba ganando, hubo quejas, no sabiendo perder», rememora, ahora, entre risas.