La infanta Cristina durante el juicio, impasible el ademán. | Cati Cladera

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Cuatro veces se ha escuchado la palabra «pesadilla» en el juicio de Nóos. La ha pronunciado el abogado de la infanta Cristina al defender su inocencia, pero bien serviría para definir el mal sueño por el que ha pasado este lunes la hermana del Rey sin apenas mover un músculo durante horas.

Junto a su marido, Iñaki Urdangarin, doña Cristina ha vivido impertérrita el juicio que se celebra en la ciudad de la que fueron duques, dentro de un edificio que normalmente acoge los exámenes a los funcionarios públicos.

Parecía que la infanta había acudido al inmueble de la Escuela Balear de la Administración Pública con la lección bien aprendida: no gesticular, no sonreír y llamar la atención lo menos posible.

Y lo ha conseguido. Durante las cinco horas y media de juicio de la mañana, la infanta ha permanecido en la misma postura de rigidez protocolaria: espalda recta, piernas descruzadas y en paralelo, la barbilla ligeramente levantada y las manos entre las piernas, palma con palma. Por la tarde, la tónica ha sido la misma.

Sólo movía la cabeza para mirar a los abogados cuando intervenían o la televisión de plasma que tenía a su izquierda y que le permitía ver al fiscal y a las acusaciones, escondidas a sus ojos detrás de una columna a su derecha.

Tan solo se ha salido del guión para charlar en dos ocasiones (antes del comienzo del juicio y durante un breve parón de tres minutos) con el acusado sentado junto a ella, Salvador Trinxet, y para ayudar a su colega de banquillo y mujer del socio de su marido, Ana María Tejeiro, a colocar su chaqueta en el respaldo.

Urdangarin, en cambio, sí se movía, cambiaba de postura e incluso charlaba sin tensión con su socio en Nóos, Diego Torres, sentado a su lado, aunque no se han visto miradas cómplices entre los exduques, separados por tres acusados.

El juicio ha comenzado con seis minutos de retraso, 21 minutos pasadas las nueve de la mañana, por culpa de un abogado. «Pensé que era a y media», se ha disculpado Cristóbal Martell ante el centenar de personas ya sentadas en la sala de juicios.

Una hora antes, los diecisiete periodistas que han podido vivirlo en directo (120 más lo hacían desde una sala de prensa contigua) ya estaban colocados en las sillas, una espera en la que se ha hablado de la noticia de la muerte de David Bowie y que ha tenido como anécdota la música del móvil de un policía, la banda sonora de «El Padrino».

Diez minutos pasadas las ocho, el matrimonio Urdangarin-Borbón ha entrado en el edificio sin dirigirse a las decenas de fotógrafos y cámaras encaramados a las vallas desde las seis y media de la mañana.

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Vestidos prácticamente igual, con chaqueta negra y pantalón gris marengo, los exduques han esperado juntos en una habitación durante casi una hora antes de entrar en la sala.

Todos dentro ya, y justo antes del comienzo, se ha vivido el momento más tenso de la mañana cuando los fotógrafos y cámaras han inmortalizado el primer juicio contra miembros de la familia real española.

Durante tres minutos y medio, los medios gráficos han tomado imágenes desde todos los ángulos. En ese tiempo, solo se escuchaba el eco del martilleo de los obturadores. Por su pestañeo, la infanta parecía tensa.

La infanta y su esposo no han vuelto a mirarse hasta el descanso dos horas después, cuando sí han saludado con un «buenos días» a los periodistas que se mezclaban con abogados en los pasillos.

El receso ha servido para bajar la temperatura de la sala. El aire acondicionado no funcionaba y los abogados y encausados ya no sabían qué usar para abanicarse. Folios con noticias de Nóos impresas, cuadernos y, en el caso de los más previsores, abanicos, servían para mitigar los sudores de una sala cerrada a cal y canto.

Tras el descanso, las ventanas abiertas, Sierra de Tramuntana al fondo, los abogados han seguido planteando sus peticiones procesales.

La estrella ha sido la doctrina Botín, que ha ocupado dos horas de argumentos a favor de aplicarla y eximir a la infanta, frente a tan solo 25 minutos en contra, en una batalla de cinco abogados defensores y dos acusaciones frente a una sola acusación, Manos Limpias.

Durante las dos horas previas al receso y las tres horas y media hasta el descanso para comer -almuerzo que la infanta y su marido han decidido tomar en el edificio, sin exponerse a las cámaras-, doña Cristina ha permanecido hierática.

A medida que avanzaba la mañana y las ojeras se iban oscureciendo (algún abogado ha confesado que no ha pegado ojo), los acusados empezaban a revolverse: el tembleque de piernas de Miguel Ángel Bonet (el único en prisión, escoltado por un policía), el jugueteo con el abrigo de Alfonso Grau, con el bolígrafo de Mercedes Coghen y con las gafas de Salvador Trinxet, o la mirada al techo de Jaume Matas.

En medio de tanto movimiento, la infanta Cristina era la única que seguía seria y quieta como una estatua, haciendo así frente, con una pose solemne quizá fruto de su educación, al día que llevaba temiendo desde su primera imputación en abril de 2013.