Quien haya estado en otra hermosa isla del Mediterráneo, Sicilia, y haya circulado por el interior de sus ciudades y sus carreteras, comprenderá que es normal que a Fabrizio, aun siendo de Rimini, le parezca indignante y ridícula una multa por superar el límite de velocidad en 11 kilómetros. Nosotros, que no hemos fallado ningún año a nuestra cita con Menorca desde hace más de veinte años, fuimos multados en una ocasión por circular 8 kilómetros por encima del límite. Nos pareció injusto, sí, pero no fue motivo suficiente para dejar de visitar la isla. Parece que a Fabrizio le duele que multen a un turista, como si por el simple hecho de serlo tuviera permiso para hacer cualquier cosa. Debe pensar que los isleños, los indigenas, tiene que estar eternamente agradecidos porque ,con su contribución económica, les está ayudando a salir de la miseria. Sin embargo, Fabrizio nos está dando la clave para acabar con la masificación y el progresivo deterioro de Menorca. No, no se trata de multar a todos los turistas, se trata de no tener miedo de hacerlo. Y no me refiero a las multas de tráfico. Cuando uno llega a Menorca, hay folletos y carteles con recomendaciones para preservar el privilegiado paisaje de Menorca. De entrada, deberían repartir esos folletos a cada uno de los turistas cuando llega a su hotel o apartamento. Y no deberían ser solo recomendaciones, tendrían que advertir que serán sancionados si dejan su basura en plena naturaleza, hacen ruido en sus hoteles o apartamentos o desgarran la posidonia con el ancla de su embarcación de alquiler.
A llorar a la lloreria